En Argentina, las tasas de vacunación experimentan una preocupante caída que amenaza con desandar décadas de logros sanitarios. La inmunización, junto con el acceso al agua potable y los antibióticos, ha sido uno de los pilares fundamentales en la mejora de la expectativa de vida a nivel global. Sin embargo, hoy ese consenso comienza a resquebrajarse, en parte por el avance de discursos antivacunas y una pérdida de confianza social tras la pandemia.
La evidencia es concreta: a fines de noviembre, cuatro viajeros uruguayos no vacunados recorrieron distintas provincias argentinas mientras cursaban sarampión, lo que activó una alerta sanitaria. A este episodio se suma un dato aún más grave: diez niños murieron por tos convulsa, una enfermedad que había sido controlada mediante vacunación sistemática.
En paralelo, el Instituto ANLIS Malbrán confirmó tres casos de influenza A (H3N2) del subclado K, detectados en adolescentes de Santa Cruz y un niño internado en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires. Aunque los cuadros clínicos fueron leves, la circulación del virus expone la fragilidad del sistema frente a nuevas olas de contagio, especialmente si la cobertura vacunal continúa en descenso.
En diálogo con Opinión de La Costa, el pediatra e infectólogo Rubén Omar Sosa —con cuatro décadas de trayectoria en el Hospital de Niños “Pedro de Elizalde”— fue categórico: “En la actualidad hay un brote de todas las enfermedades controlables por vacunas: sarampión, tos convulsa, paperas…”.
Según el especialista, las razones son múltiples. Si bien las posturas antivacunas tienen un rol, no son el único factor. “Se ha perdido confianza en las instituciones y en las campañas masivas después del COVID-19. Por suerte, la figura del pediatra todavía conserva legitimidad, y eso puede ser clave para revertir la tendencia”, afirmó.
El impacto del descenso en la cobertura es inmediato: enfermedades que estaban controladas vuelven a aparecer. Y el contagio se multiplica con rapidez. El sarampión, por ejemplo, requiere una cobertura superior al 95% para evitar su propagación. La vacuna que figura en el calendario oficial no solo otorga inmunidad de por vida, sino que también protege contra la rubéola, responsable de secuelas graves como ceguera o cardiopatías en recién nacidos.
“La erradicación de estas enfermedades depende exclusivamente de mantener tasas altas de vacunación. El verdadero peligro son los bolsones de población no inmunizada, donde los brotes se gestan”, advirtió Sosa.
Respecto a la desconfianza generada por las vacunas contra el COVID-19, el infectólogo subrayó la importancia de no confundir procesos. “Las vacunas del calendario nacional tienen décadas de pruebas, con millones de dosis aplicadas. No se puede equiparar esa trayectoria con la incertidumbre que acompaña a cualquier tecnología médica nueva”, sostuvo.
El contexto se agrava con la propagación global del virus H3N2, que ya afecta a más de 30 países. Si bien el virus en sí no suele generar complicaciones graves, las infecciones bacterianas que pueden aparecer como consecuencia —como neumonía, meningitis u otitis— son especialmente peligrosas en niños sin vacunas. “La gripe muta, por eso hay que vacunarse cada año. Pero lo más grave no es el virus en sí, sino sus efectos en poblaciones vulnerables”, concluyó Sosa.
Mientras persisten las campañas de concientización, la tensión entre la ciencia y la desinformación configura hoy un escenario en disputa, donde la salud pública infantil se vuelve terreno de debate. La clave, según los expertos, sigue siendo la misma: confiar en la evidencia y reforzar la vacunación.