Antes de anunciar en general las medidas que impulsará, agradeció al Presidente “por la confianza depositada”. “Espero estar a la altura de las expectativas”, abundó en homenaje al mandatario que lo empoderó y se bajó por el costado del escenario para dejarlo como anfitrión pleno de una ceremonia en la que no encajaba.

Ya en la conferencia, Massa apuntó contra las mismas publicaciones periodísticas que su entorno sembró durante semanas, para que se lo promoviera como “superministro”. “Leí desde cuestiones vinculadas a un salvador, una bala de plata o un superministro”, señaló con gesto adusto, y moderó sus ambiciones a la de “unificar áreas clave” en el manejo de la economía. “No soy supernada, ni mago, ni salvador”, completó.

Luego, llamó a todos los sectores a la epopeya por delante. “La riqueza la tenemos que construir entre todos y todas”, postuló, y graficó: “gobierno y oposición, empresarios y trabajadores, campo e industria, organizaciones sociales y organizaciones de la sociedad civil”.

No nos detendremos en los anuncios porque ya venimos abordando el tema. Pero diremos que la mayoría de esos principios y motores, así los llamó el nuevo ministro, constituyen todavía declamaciones cuya consistencia se probará enseguida.

Se verá a partir de hoy cuánto dura el changüí que le otorgaron los grupos económicos al funcionario tigrense y cómo se cultiva la unidad de la coalición, frente a un desfiladero cada vez más angosto.

La realidad tiene forma de embudo: Massa quiere atraer dólares pero dólares no faltaron durante el gobierno del Frente de Todos sino que escaseó la justicia social porque imperó la transferencia de ingresos del bolsillo de los trabajadores a las cuentas del empresariado.

En definitiva, el nuevo ministro de Economía ratifica el rumbo de Guzmán y acelera el ritmo de Batakis pero con el respaldo político del kirchnerismo.

A unos y a otros, dentro del oficialismo, los mueven las efectividades conducentes de intereses confluyentes: si las cosas salieran bien, Alberto Fernández podría conformarse con ser un presidente mandato cumplido que salió airoso de un tiempo de pandemia, guerra y turbulencias globales; Massa podrá ilusionarse con sus aspiraciones presidenciales; y Cristina Kirchner podrá erigirse, de mínima, como la líder que condujo en la tormenta perfecta y reclamar para su base de sustentación la redención política por la que ella y los suyos fatigaron años de lucha.

Todo está por verse.

Por Cynthia García y Pablo Di Pierri